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Agnes Varda Cleo

Flâneuses del cine: mujeres desplazándose por la ciudad

Si bien la paradoja de si el arte imita a la vida o la vida al arte puede ser una pregunta sin respuesta, la realidad es que una y otra no están aisladas. En el cine, de vez en cuando nos encontramos con historias contadas en blanco y negro en las que sus personajes y paisajes van pintando de a poco la escena. Basta echar a volar la imaginación para transportarse al mundo a color. En este monocromático cosmos existen personajes deslumbrantes: peatonas que atraviesan ciudades que, aún sin haber estado en ellas, nos dan la sensación que podríamos caminarlas sin perdernos, generando mapas mentales de lugares desconocidos que de alguna forma hemos recorrido. Pero este recorrido no es un trayecto lineal, mucho menos un viaje de un solo destino. 

 

Cléo de 5 à 7 (Agnès Varda, 1962) y Roma (Alfonso Cuarón, 2018) se desarrollan en distintas latitudes, diferentes épocas y con las visiones particulares de cada ciudad: París y Ciudad de México. A primera vista, la única similitud que existe entre ellas es que su personaje principal se llama Cleo. Conforme las historias se desarrollan notamos que comparten mucho más que eso: las dos temen la incertidumbre del futuro, la muerte las ronda sin que lo sepan, y tal vez por eso miran con añoranza la ciudad desde la ventana del automóvil. Salir de casa implica atravesar un portal que las hace cautivas de su realidad. La ciudad las hace existir y al mismo tiempo las agota, sea en tacones o en zapatos de piso, sea caminando o corriendo, las dos desafían a los automovilistas para cruzar la calle. Naturalmente sus pies lo resienten igual, así comparten el ritual de descalzarse al llegar a casa aunque para cada una el concepto de casa es abismalmente diferente. Cléo habita un departamento de planta abierta completamente iluminado, con muebles colocados aparentemente al azar: una cama, un tocador, un columpio, un piano. Por otro lado, Cleo se aloja en un cuarto en planta alta, que se encuentra al fondo y separado de la vivienda en la que trabaja, el cual comparte con su compañera y el burro de planchar, un recordatorio de que su trabajo nunca termina. Salir de casa es un respiro. 

 

La ciudad comienza a construirse en la vivienda, escapar de ella es otra forma de huir de la realidad. En esta huida encontramos a una paseante en camino a encontrarse: Frances Ha (Noah Baumbach, 2012), corredora al ritmo de Bowie y Hot Chocolate, llevando a cuestas su mochila, física y emocional. Este es un recorrido nostálgico por Nueva York, París y Sacramento, tres ciudades en las que Frances parece no encajar, conforme la historia avanza descubrirá que el primer paso será encajar primero con ella misma. Las mudanzas también son introspectivas. 

 

 

Pero no toda caminata es igual de grata. Como pasa en la vida real, las ciudades de noche se convierten en un peligro acechante para las mujeres, no por nada Ana Lily Amirpour nos regala en A girl walks home alone at night (2014) a una justiciera nocturna, moradora de las calles y centinela que se desliza en patineta: La Chica. Con lo que su trabajo implica, el único descanso lo encuentra en su habitación: un lugar abarrotado de posters y viniles, con el suficiente espacio para bailar sola o acompañada. Con La Chica resguardando las calles de Bad City sólo nos queda preguntar aquello que los White Lies musicalizaron: ¿quién decide que ruta tomamos?

 

Estas cuatro historias se conectan por el peso que tiene la ciudad como personaje: el romanticismo de París, el frenetismo de la Ciudad de México, el dinamismo de Nueva York y lo fantasmagórico de los paisajes iraníes. Si algo podemos confirmar es que la ciudad es femenina porque genera vida: las Flâneuses son indispensables para el paisaje urbano.

 

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(Hermosillo, 1993). Nómada involuntaria. Voyerista urbana. Arquitecta por [equi]vocación escribiendo sobre cine, ciudad y lo cotidiano.